Desde el momento en que el gato se cruzó a su esquiva manera en el camino del ser humano, su ascenso pareció imparable. En Egipto se le veneró como la amable y bondadosa diosa Bastet, la esposa con cabeza de gato del dios del sol Ra, y se le enterraba en cementerios propios, convertidos en monumentos. En cuanto los mercaderes lo introdujeron en Grecia y Roma y se descubrió su valor como cazador de ratones, comenzó su marcha triunfal por todo el mundo. En todas partes se consideró al gato como algo especial; se admiraba la mezcla de depredador independiente con el carácter dócil y cariñoso. Luego se produjo la caída. Con el florecimiento de las supersticiones hacia el 1200 D.C., la antigua diosa pasó a verse como una criatura maligna. Su carácter inescrutable y misterioso pasó a verse como un defecto. Durante 450 años los gatos fueron torturados y quemados por millones junto con ¨brujas¨ y ¨herejes¨. Pero esta caza despiadada se pagó con un amargo saldo. Ya no había quién pusiera coto a las ratas, que acarreaban la peste en las ciudades medievales. Los perseguidores de gatos también fueron diezmados a su vez.
Pero a comienzos del siglo XVIII volvió a brotar la estima por los gatos. Gracias a los escritores. La fascinación que esta criatura ejerció sobre poetas y pintores no ha remitido desde entonces.
El tintero no se vacía cuando se trata de gatos - escribió un poeta francés, que según sus propias palabras, había sido adoptado como compañero de vida por tres gatos.
Hay que tener el oído de un gato para poder distinguir la voz de una hormiga y la de un bichito de San Antonio - decía otro poeta.